El enemigo
quiso cambiar la identidad del pueblo de Israel como hijos de Dios. Dios
tiene que levantar a Ciro, quien cumple la profecía que se había dado de que el
pueblo de Israel estaría esclavizado en Babilonia por setenta años, y de que
Dios tornaría aquello.
Cuando miramos
la historia de la cautividad babilónica, más que una cautividad física, era una
cautividad mental, era una cautividad de pensamiento, era una crisis de
identidad.
A Daniel
quisieron cambiarle el nombre, quisieron que hablara otro lenguaje, querían que
comiera otra comida; porque si le cambias el nombre, el lenguaje, y la comida a
una persona, la cambiaste para siempre.
Nabucodonosor
escogió los príncipes, los más inteligentes, y los castró, para que no se
reprodujeran. Les cambió el nombre, les cambió el lenguaje, y les cambió la
comida. Daniel no permitió eso. Otros cedieron a la cultura, cedieron a la
moda, y quisieron vivir más fácil, pero a Daniel no le importó que lo tiraran
al foso de los leones; él sabía que de ahí Dios lo iba a sacar, y que el sueño
que Dios había depositado en él no iba a morir.
De la misma
manera que Daniel no moriría en el foso de los leones, la quiebra no acaba
contigo, el divorcio no acaba contigo, ese problema no acaba contigo.
Ciro dio la
orden de que el templo se reconstruyera, porque lo primero que hizo
Nabucodonosor para esclavizar al pueblo judío en Babilonia fue quitarles el
deseo y la razón por la cual caminar hacia Jerusalén.
Lo primero que
hizo Nabucodonosor fue sacar el tesoro, y dice la palabra que donde está tu tesoro
está tu corazón. Nabucodonosor saca el tesoro, se lo lleva, y lo pone en
Babilonia. Ahora no había razón por la cual peregrinar hacia Jerusalén, porque
en la mente de ellos no había nada valioso allí, porque lo tenía ahora
Nabucodonosor. Así que ahora no había deseo de peregrinar, de caminar, de ir a
Jerusalén a adorar a Dios.
Cada vez que el
pueblo iba a Jerusalén, iba para una fiesta. En aquellos tiempos no era un
martirio dar una ofrenda, no era un martirio vestirse y caminar para ir a la
iglesia. Y en el camino hacia Jerusalén, el pueblo recordaba lo que Dios había
hecho cuando los sacó de Egipto, por ejemplo. Ese peregrinaje es el que hacía
al pueblo soñar, y fue eliminado, por lo que el pueblo perdió la razón por la
cual viajar a celebrar a Dios.
Lo mismo pasa
hoy día. Para algunos es un martirio ir a la iglesia; vestirse, salir, el
servicio es muy largo, el recogido de la ofrenda, todo se les hace pesado.
Cuando el
enemigo nos logra quitar ese deseo de ir a la casa de Dios, comenzamos a dejar
de soñar, y comenzamos a tener ideas erróneas, pensamientos incorrectos, que en
vez de llevarnos al destino que Dios tiene para nuestras vidas, lo que hacen es
detenernos en nuestro caminar, y detienen nuestro potencial.
Nada ni nadie
debe hacer que tú dejes de caminar hacia la casa de Dios, porque es en ese
camino que tú sueñas.
Nunca permitas
que el mundo decida dónde está tu tesoro. Si el mundo ha movido tu tesoro al
lugar incorrecto, Dios va a traer a un Ciro que va a decir: Devuélvanle todo lo
que le pertenece, y pónganlo en la casa de Dios, para que comience el
peregrinaje una vez más.
Nunca dejes de
hacer el viaje a una fiesta. La fiesta no es tanto lo que importa, sino el
viaje para la fiesta, porque es el viaje, el recorrido, el que te hace elevarte
a un nuevo nivel. No dejes de caminar hacia el lugar de tu encuentro con Dios.
Cada vez que vayas a la casa de Dios, míralo con fe, y tu boca se va a llenar
de risa, tu lengua de alegría, tu vida será diferente, porque habrás salido de
la cautividad.
Y cuando más frustrado estés, camina con tu familia
hacia la casa de Dios, y vayan contando las cosas grandes que Dios ha hecho con
ustedes para que puedan volver a soñar, sabiendo que el que lo hizo ayer, lo
volverá a hacer. Tomado de la página de Otoniel Font.com
Publicó: Enrique
Botello. Expandiendo La Palabra מריחה את המילה Recuerda Jesucristo te ama. Y nosotros también.
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